miércoles, 9 de diciembre de 2009

Lucía Etxebarría y el "Club de las malas madres"

Por: LUCÍA ETXEBARRÍA

Yo no soy una buena madre. Y probablemente usted, que me lee, tampoco.
Si usted ha decidido quedarse en casa y consagrase al cuidado de sus hijos
es usted una madre hiperprotectora, amén de un parásito, un ser que vive a
expensas de otro y a espaldas de las verdaderas preocupaciones y
dificultades de la vida.
Si usted trabaja fuera de casa entonces desatiende usted a sus hijos, y
nadie valorará el hecho de que tenga usted que hacer verdaderos
malabarismos para conciliar la vida familiar y la laboral.

Lo peor de todo es que unas madres y otras van acusándose mutuamente: la que se queda en
casa arremete contra la que trabaja, y viceversa, como si no fuera
suficiente con recibir los ataques de los pediatras, los psicólogos, los
especialistas en sueño, los periodistas, las madres, las suegras y las
cuñadas.

Nosotras, las madres de hoy, aseguran ciertos psicoanalistas, somos la
fuente de todos los problemas de nuestros hijos, porque tenemos demasiada
fuerza y le hemos robado la autoridad a los padres.
Si su hijo es hiperactivo, si tiene rabietas, si insulta a otros niños en
el colegio, la culpa será siempre de usted, porque o bien le consiente
demasiado o bien no le atiende lo suficiente. ¿Y dónde están esos padres a
los que les hemos robado la autoridad? ¿Cuánto han luchado para
defenderla?
Nadie culpará al padre, nadie cuestionará nunca que el padre trabaje fuera
de casa o viaje. Pero ¡ay de usted si lo hace! No solo tendrá que
enfrentarse al goteo constante de comentarios más o menos directos o
indirectos por parte de su madre, de su suegra, de las madres de los
compañeros de cole de su retoño, sino, sobre todo, tendrá usted que lidiar
con su propio sentimiento de culpa, que no la dejará vivir.

Yo no soy una buena madre. Trabajo fuera de casa y además viajo. Dejo a mi
hija con canguros. Tengo novios y vida social. No le he proporcionado a mi
hija ese entorno familiar estable que entronizan los manuales de
pediatría y las revistas de papel couché.

No soy una buena madre pero pago las facturas de mi hija (el colegio, la
comida, los canguros, la ropa, los juguetes, el pediatra y, muy a mi
pesar, las Barbies), apenas duermo para poder llevarla al colegio todos
los días, dedico la mayor parte de mi tiempo libre a su cuidado y todo mi
espacio mental a pensar en ella.

No soy una buena madre, como no lo somos ninguna. Es lo más parecido a lo
que vivíamos en la primera adolescencia. La que intimaba con los chicos
era una p**a, la que se resistía era una estrecha: no había término medio.

El caso es que nunca llueve a gusto de todos y una mujer nunca hace las
cosas bien.

A la madre nunca se le valora lo que hace y para colmo no tiene derecho a
quejarse, so pena que se le diga que… es una mala madre.
Nuestra sociedad es perfeccionista y quiere individuos perfectos.

Superhombres que se afeiten con acabado impecable, que conduzcan coches
que apenas hagan ruido, que vayan al gimnasio tres veces por semana.
Supermadres de brillante sonrisa y silueta juncal, triunfadoras en todos
los ámbitos, adoradas por sus maridos y respetadas por sus jefes, y
criadoras de niños sanos y emocionalmente estables. Nuestra sociedad ha
convertido el goce en un modelo, y el goce inmediato en el valor supremo.
Y un niño no es goce ni inmediatez. Un hijo implica renuncia y
perspectiva. Y sobre todo, implica aceptar que la perfección no existe.

Usted, que me lee ¿está con los nervios de punta porque no le da tiempo a
hacer todo lo que debería?, ¿tiene diez kilos de más?, ¿no tiene tiempo
para ir al gimnasio y, si lo tuviera, lo emplearía en dormir?, ¿desearía
que a veces fuera él el que se ocupara de la compra, de la colada, de los
biberones y de la visita al pediatra?, ¿a veces se enfada, a veces está
harta, a veces llora y a veces, mucha veces, no está en condiciones de dar
lo mejor de sí misma?

Estupendo. Bienvenida al Club de las Malas Madres. Recuerde: no somos las
mejores pero somos la mayoría.

domingo, 29 de noviembre de 2009

El Parto

Y llegó el dia (unas cuantas semanas antes de que le tocara) en que nació mi hijo. Lo recuerdo con total nitidez, cada momento, cada detalle...
Rompí aguas y pensé "Cariño, ya vienes, tranquilo, lo vamos a hacer muy bien".
Una mezcla de nervios y emoción, consciencia de la importancia del momento que iba a vivir y una profunda paz me invadió.
Sabía que se adelantaría, de hecho llevaba semanas en reposo absoluto y con prepar (medicación para inhibir las contracciones) por amenzaza de aborto prematuro, y recuerdo que crucé los dedos y recé para que los pulmones estuvieran maduritos y que todo fuera bien.

Mi familia empezó a revolotear nerviosa a mi alrededor, más nerviosos de lo que yo estaba incluso, y pusimos rumbo al hospital, donde 15 horas después nacía mi hijo.
Hubo una pequeña discusión con las enfermeras, que no querían dejar pasar a mi hermana a la sala de dilatación porque "sólo pueden pasar los padres". Mi hermana, airada, contestó. "este niño no tiene padre, así que mi hermana no va a parir sola". La enfermera me miró con tristeza (creo que consideró que el "padre de la criatura" me había abandonado en pleno embarazo, aunque francamente, estaba más concentrada en el dolor de las contracciones que en sacarla de su error) y decidió hacer una excepción.
En el expulsivo me pasaron a quirófano, y alli no pudo pasar nadie conmigo, así que no pude apretar ninguna mano, ni escuchar palabras tranquilizadoras...
Unas pequeñas complicaciones y algún susto después la ginecóloga dijo que dos empujones más y estaba fuera. Tenía que salir ya porque traía dos vueltas de cordón, se dijeron entre ellos, como si yo no estuviera alli y la cosa no fuera conmigo. Se me encogió el corazón. Era el momento más importante y empezaban a fallarme las fuerzas. 7 personas a mi alrededor se movían continuamente y hablaban en susurros, no lograba escucharles, y cuando les preguntaba me decían que empujara cuando me lo dijeran. Un hombre de al menos 100 kg estaba literalmente tumbado sobre mi tripa dejándome sin aliento ni fuerzas cuando escuché. "¡Empuja!¡Ahora!".
Y empujé, empujé con todas fuerzas, con todas mis ganas...
De repente sentí un vacío dentro de mi, y me pusieron a mi bebé sobre la tripa. Le toqué, estaba enroscado sobre sí mismo, cubierto de una sustancia brillante, roja...

Mi hijo... tantas veces le había llamado así y sin embargo, en ese momento, la palabra cobró un sentido especial.
Mi hijo ya estaba conmigo.

viernes, 27 de noviembre de 2009

El embarazo II

Durante el embarazo estuve muy desocupada en cuanto a trabajo se refiere, con lo que pude centrarme en mis sensaciones, cambios y reflexiones.

Respecto a mis sensaciones, he de decir que, a pesar del cambio hormonal y que yo por naturaleza soy sensiblera, estuve bastante estable durante todo el embarazo. Eso no quita que algún día suelto echase mis buenas lagrimillas (algunas con razón, como el día de la amenaza de aborto, y otras no tanto.. un anuncio de apadrinamiento, ó ver un indigente en la calle podía hacerme sentir al mismo tiempo afortunada y tremendamente triste por las injusticias de este mundo).
En muchos de los libros que devoré durante el embarazo, casi todos ellos sobre maternidad, embarazo, lactancia y crianza de niños, decía que el bebé es capaz muy pronto de percibir el estado de ánimo de su madre, pudiendo afectarle en el caso de ansiedad ó depresión... aunque tenía claro que no caería en ninguna de ellas (al menos de manera crónica y profunda), decidí ser fuerte, positiva, constructiva y alegre para transmitirle a mi hijo lo deseado, querido y bienvenido que era.
También en muchas publicaciones recominedan hablar al niño, ellos perciben a través del cordón umbilical el sonido de la voz de su madre, y hay estudios que demuestran que les tranquiliza/estimula, según el estado anímico de la madre.
Le hablé mucho a mi hijo durante mi embarazo, y era un momento muy especial. Cuando ya le sentía moverse dentro de mí, reaccionaba cuando le hablaba (juraría que podía distinguir cuando hablaba con él de cuando hablaba con el resto del mundo).
Le conté mi historia, mis deseos, mis ilusiones, y cómo él era una parte fundamental de todas ellas, le hablé de mi familia (la suya tan prontito), le relataba cuentos leídos ó inventados, le cantaba canciones y le daba besos, muchos besos...

Los cambios, cuántos cambios!!! He comprobado entre amigas y conocidas que muchas mujeres se sienten a disgusto con su cuerpo cuando empieza a notarse el embarazo, cuando pierdes paulatinamente la cintura, las caderas se ensanchan preparándose para el parto, y la tripa crece y crece...los tobillos se hinchan con la acumulación de líquidos, el pecho se vuelve ultra sensible y aumenta considerablemente (según el caso), se oscurecen los pezones y surge "la linea nera"...
A mi me encantaban estos cambios (bueno, quizás los tobillos hinchados no tanto, jajaja), me maravillaba cómo el cuerpo se prepara para "incubar", alimentar y proteger al bebé, y cómo se prepara para el momento del parto.
Yo lucía encantada mi tripota y la tocaba constantemente. A partir del 4º mes era un medio de comunicación continuo con mi hijo: Hablarle mientras acariciaba la tripa, sabiendo que él percibía mis palabras y mi amor (no porque las entendiera, claro, pero sí logran percibir el tono, las inflexiones de la voz..).

Las reflexiones fueron muchas y muy variadas. Intenté hacerme una idea de cómo serían las primeras semanas, la toma de contacto, cómo nos habituaríamos el uno al otro... ¿sería una buena madre? ¿Lo haría bien? ¿Cómo sería mi hijo? No físicamente, que me daba bastante igual, sino su carácter ¿nervioso/tranquilo? ¿alegre/llorón? ¿tímido/sociable? ¿enmadrado/despegado?...
Decidí aceptarle como fuera sin quejarme de si lloraba mucho, ó no comía bien, ó me daba la noche...no me gusta la gente que se queja continuamente, y aunque es inevitable en ocasiones quejarnos de las cosas que nos molestan, no quería ser como algunas madres que conozco que se sienten mártires y exclavas de sus hijos. Al fin y al cabo, mi hijo vendría al mundo porque yo así lo había querido. ¿Qué derecho tendría yo a reprocharle que no me dejara dormir tranquila?
¿Acaso no debe ser una consciente, cuando va a tener un hijo, de que su vida va a cambiar, que ya no podrá hacer lo que quiera y cuando quiera? Claro que sería sacrificado y conllevaría renuncias, pero cuando uno toma una decisión debe asumir tambien las consecuencias.
A riesgo de parecer poco modesta, estaba convencida de que lo haría bien, me sentía llena de energía y de ganas de tenerlo conmigo. Me encantaba tenerle dentro, y sin embargo no podía esperar a que naciera, a tenerle entre mis brazos, a acariciar su piel, olerle, comérmelo a besos, oírle, amamantarle, mecerle...

jueves, 12 de noviembre de 2009

El embarazo I

No tuve un embarazo muy sencillo, pero lo recuerdo como unos de los mejores meses de mi vida.
Aparte de las molestias típicas de las embarazadas (náuseas, sueño, dolor de espalda,...) tuve una amenaza de aborto el tercer mes. Sabía que era algo relativamente común tener una hemorragia los primeros meses, que a veces no significa nada y a veces pierdes el bebé (por mucho que los ginecólogos insisten en adjudicarle un nombre según el tiempo que tengan: embrión, feto.., para mi, desde el minuto 1 era "mi bebé"), pero el tiempo se paró hasta que no llegué al hospital, y la ginecóloga de urgencia dijo "está vivo".
En el camino le hablaba a mi hijo "no me dejes", "agárrate a mí, "quédate conmigo". Dos semanas de reposo absoluto y en la siguiente eco todo normal.

Alrededor del 5º mes empecé a tener contracciones bastante agudas. Me dijo mi ginecóloga que era peligroso, que el niño estaba encajado y que si nacía tan pronto probablemente no sobreviviría. Otro susto. Medicación para inhibir las contracciones y reposo absoluto, hasta que mi bebé aguantara; recé mucho para que, aunque fuera prematuro, llegado el momento estuviera lo suficientemente maduro como para no tener secuelas importantes, ni pasar demasiado tiempo en incubadora...

Durante todo este tiempo muchas ideas, reflexiones, miedos, dudas y preguntas me asaltaron.

Embarazada!!!!

Supe que estaba embarazada

No sé por qué, pero lo supe. Al día siguiente de la inseminación, mi cuerpo y mi mente me mandaron un mensaje: estoy embarazada.
Mi familia, mis amigos, me llamaban ó me mandabas sms de apoyo, de ánimo... y toda esa energía giraba a mi alrededor, la sentía conmigo, acompañándome en esa larga espera de 2 semanas que debían pasar hasta la prueba que me diría si efectivamente mi bebé estaba en camino...
Mis padres y hermanos intentaban bajarme de la nube. Temían que mi ilusión estuviera jugándome una mala pasada, sabían que yo tenía sensaciones, pero no era suficiente...
¿Cómo explicarles que yo ya sentía en mi interior una vida distinta a la mia, que me descubría cubriéndome instintivamente la tripa si había algún movimiento brusco a mi alrededor, que me despertaba con ambas manos sobre el vientre, hecha un ovillo, que me sentía diferente? De repente me apetecían cosas que normalmente me repugnan, tenía el cuerpo cortado, como revuelto, enseguida empecé a tener náuseas... Los míos pensaban que podría estar somatizando mis ganas de ser mamá, y "causándome" yo misma esos cambios, temían mi decepción, sabían cuántas ganas tenía y les daba miedo que me hundiera si fracasaba.

LLegó el día de la prueba de sangre, y aunque yo sabía que estaba embarazada, un resquicio de Pepito Grillo en mi mente me instaba a esperar antes de lanzar las campanas al vuelo. Me llamaron al cabo de unas horas.

- ¿Mía Vazquez? Llamo del laboratorio-, dijo una señora con tono neutro.
-Sí, soy yo- dije con un hilillo de voz, aguantando la respiración, con el corazón al borde del infarto
-Tenemos los resultados de su prueba de embarazo- dijo en el mismo tono, quedando luego en un incomprensible silencio.
-¿Y?- De repente me asaltaron, por primera vez las dudas. El tono monocorde de esa señora no era en de quien da buenas noticias.
- Es positivo-

Volví a respirar, mi corazón volvió a latir, me toqué la tripa -mi hijo...-, y lloré. Lloré de felicidad, de nervios. Una pareja mayor me paró en la calle para preguntarme si me encontraba bien.
-Estoy embarazada- conseguí decir entre hipidos y moqueos, en una mezcla de llanto y risa que debió parecerles contradictorio, no sabían si consolarme ó animarme...

¿Por dónde empiezo?

Una vez tomada la decisión, el siguiente paso era ejecutarlo, pero, ¿Cómo?.
Había dos caminos básicamente, y los dos me atraían mucho.
1)Hijo biológico- Me puse a buscar por internet técnicas de fertilización con semen de donante anónimo (perfil del donante, privacidad...), centros en mi cuidad, referencias, estadísticas de éxito... Me imaginaba embarazada de mi hij@ y me sentía feliz. Imaginaba el embarazo, el parto, la lactancia... A pesar de todo, tendría que ser paciente, quizás necesitara varios intentos antes de conseguirlo, y tenía que estar positiva y al 100% (estoy convencida de que la mente juega un papel muy importante en momentos así, y no podía permitir que los nervios y la ansiedad me dominaran si no lo conseguóa pronto).
2)Hijo adoptado-Siempre quise adoptar, desde que era adolescente. Conocía el proceso de adopción, pero aún así investigué aquellos países que admiten solicitudes de familias monoparentales (que no son muchos, y en muchos casos están restringidos a un cupo y en muchos paises, no entregan niños menores de 8 años a madres solas... en resumen, que era mucho más complicado que para una familia tradicional). Tambien la evaluacion psico-social es más dura para una familia monoparental. Me ilusionaba igualmente imaginarme el final del trayecto, el viaje en el que iría a recoger a mi hijo; y las dificultades de adaptación que seguro encontraríamos ( adaptarnos el uno al otro, al entorno, problemillas de salud...), lejos de amilanarme, me estimulaban.

Despues de darle muchas vueltas, decidí que ambos caminos me llamaban igualmente, y decidí que, como deseaba tener más de un hijo, traería al mundo un hijo biológico (me decanté en primer lugar por esta opción porque el cuerpo de la mujer responde mejor antes de los 35) y despues adoptaría a mi segundo hijo (tambien pensé que, ante los psicólogos y sociólogos podría defender mi capacidad para criar un hijo adoptado si ya tenía un hijo que fuera testimonio de ello, y que la relación de hermanos resultaría muy satisfactoria para los dos y ayudaría a la integración de mi hijo adoptado). Contaba con que mi economía y ciscunstancias me permitieran tener este segundo hijo, que siempre está en mi pensamiento.

Así que, una vez decidido el primer paso, contacté con una clínica de técnicas de fertilización que me recomendó la inseminación artificial, por ser menos invasiva y más adecuada a mis circunstancias (mujer joven, para la media de edad que acude a estos centros, y sin problemas aparentes para quedarse embarazada).

Empezamos el tratamiento y....

martes, 10 de noviembre de 2009

La decisión

Hay una frase del libro "Madres Solas", de Pilar Cernuda, que me encanta: "El día que confiesas a alguien cercano que te estás planteando la maternidad en solitario, ese día te das cuenta de que has tomado la decisión".

Y esa decisión, cuando es meditada y firme, es como una apisonadora que se lleva por delante todos los peros que encuentras en el camino, ó que otros te plantean. Aunque tambien es cierto que ya no hay marcha atrás, lo que opinen los demás (familia, amigos, gente que te rodea...) puede fortalecerte/chafarte bastante en esos momentos.

Cuando se lo dije a mi familia, las reacciones, en su mayoría, fueron del tipo:
- Pero si eres muy joven, ¿qué prisa tienes? Date un tiempo, y seguro que encontrarás a alguien maravilloso con quien formar una familia
- Con lo que tú vales, si eres un partidazo, guapa, lista, con trabajo fijo y bien remunerado... no te precipites.
- Espérate unos añitos a ver si conoces a alguien, si no, siempre podreás retomar la idea más adelante.
Aunque me hubiera gustado recibir un amplio y sentido respaldo a mi proyecto, acepté que no todos lo vieran tan claro como yo, valoré tambien que la familia siempre será sincera y te dirá las cosas como las siente, aunque no te guste escucharlas.

Cuando lo comparti con amigos, en su amplia mayoría me apoyaron, conociendo mis ganas de ser madre desde hacía tiempo, me entendieron y animaron.
No todos, claro. Una amiga mía muy cercana tuvo una reacción negativa que, reconozco, nos distanció bastante. Hacía tiempo que no nos veíamos, porque ella vive en el extranjero, así que la llamé y se lo conté. Yo estaba emocionada y me sentó como un jarro de agua fría que me dijera sin ningún tipo de tacto lo mala idea que le parecía, que era una locura, que el niño sufriría las consecuencias, que no estaba en absoluto de acuerdo. Le sentó mal cuando le dije que no se lo contaba para que me diera su aprobación, sino para compartir mi ilusión con ella, pero desde entonces no ha vuelto a ser igual entre nosotras; incluso cuando me quedé embarazada no me llamó y nunca me ha preguntado por mi hijo...

Los conocidos y gente que te rodean pero no son cercanos a ti, son otra historia, compañeros de trabajo y jefes incluso, se permitan opinar (a menudo sin haberles pedido su opinión) sobre tu vida y se dejan llevar por los prejuicios de una situación que no conocen pero sobre la que emiten juicios de valor sin pensar en las consecuencias.
Además, a la gente le encanta "etiquetar" mi situación, y sobretodo, a mi por llevarla a cabo. Hay dos vertientes totalmente opuestas:
a) Aquéllos que me consideran una heroína, una valiente madre coraje que se pone el mundo por montera, digna de admiración y elogios por los sacrificios que supone ser madre sola.
b) Una pérfida mujer egoista y egocéntrica que no piensa en un pobre niño sino en sí misma y sus ganas de ser madre sin importarle que está privando a su hijo de un padre.
Ambas me parecen injustas y extremas.

Todo ello, por supuesto, no mermó en absoluto mis ganas de seguir adelante. Aunque la sociedad ha evolucionado mucho, siguen quedando muchos rescoldos de intolerancia e incomprensión, y yo daba por hecho que me encontraría en el camino gente de todo tipo y con todo tipo de ideas.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Hola, me llamo Mía

Hola, soy Mía, y tengo 33años.

Soy madre en solitario, o familia monoparental, madre sola, madre soltera o cualquiera de las acepciones que se utilizan para mi caso, el de una mujer que se convierte en madre y afronta en solitario la crianza de su hijo/a.
En mi caso se trató de una decisión muy meditada. Mi reloj biológico me dió la hora hace tiempo, siempre me encantaron los niños y llegó un momento en que me planteé por qué tenía que ser un impedimento no tener pareja para llevar a cabo mi proyecto.
Pronto empecé a hacer planes, a ilusionarme como nunca, a hacer números, a informarme de técnicas y opciones (barajé técnicas de fertilización, adopción...). Cuando quise darme cuenta, toda mi vida giraba alrededor de la ilusión de mi vida: tener un hijo.

¿Por qué no? Tengo un buen trabajo, mi propia casa, y todas todas las ganas... no me iba echar atrás estar sola.
Por sola entiendo sin pareja ( porque siempre hay alrededor familia y amistades que están ahí).
Sí, decididamente, no necesitaba a nadie más para cumplir mi gran deseo.