domingo, 29 de noviembre de 2009

El Parto

Y llegó el dia (unas cuantas semanas antes de que le tocara) en que nació mi hijo. Lo recuerdo con total nitidez, cada momento, cada detalle...
Rompí aguas y pensé "Cariño, ya vienes, tranquilo, lo vamos a hacer muy bien".
Una mezcla de nervios y emoción, consciencia de la importancia del momento que iba a vivir y una profunda paz me invadió.
Sabía que se adelantaría, de hecho llevaba semanas en reposo absoluto y con prepar (medicación para inhibir las contracciones) por amenzaza de aborto prematuro, y recuerdo que crucé los dedos y recé para que los pulmones estuvieran maduritos y que todo fuera bien.

Mi familia empezó a revolotear nerviosa a mi alrededor, más nerviosos de lo que yo estaba incluso, y pusimos rumbo al hospital, donde 15 horas después nacía mi hijo.
Hubo una pequeña discusión con las enfermeras, que no querían dejar pasar a mi hermana a la sala de dilatación porque "sólo pueden pasar los padres". Mi hermana, airada, contestó. "este niño no tiene padre, así que mi hermana no va a parir sola". La enfermera me miró con tristeza (creo que consideró que el "padre de la criatura" me había abandonado en pleno embarazo, aunque francamente, estaba más concentrada en el dolor de las contracciones que en sacarla de su error) y decidió hacer una excepción.
En el expulsivo me pasaron a quirófano, y alli no pudo pasar nadie conmigo, así que no pude apretar ninguna mano, ni escuchar palabras tranquilizadoras...
Unas pequeñas complicaciones y algún susto después la ginecóloga dijo que dos empujones más y estaba fuera. Tenía que salir ya porque traía dos vueltas de cordón, se dijeron entre ellos, como si yo no estuviera alli y la cosa no fuera conmigo. Se me encogió el corazón. Era el momento más importante y empezaban a fallarme las fuerzas. 7 personas a mi alrededor se movían continuamente y hablaban en susurros, no lograba escucharles, y cuando les preguntaba me decían que empujara cuando me lo dijeran. Un hombre de al menos 100 kg estaba literalmente tumbado sobre mi tripa dejándome sin aliento ni fuerzas cuando escuché. "¡Empuja!¡Ahora!".
Y empujé, empujé con todas fuerzas, con todas mis ganas...
De repente sentí un vacío dentro de mi, y me pusieron a mi bebé sobre la tripa. Le toqué, estaba enroscado sobre sí mismo, cubierto de una sustancia brillante, roja...

Mi hijo... tantas veces le había llamado así y sin embargo, en ese momento, la palabra cobró un sentido especial.
Mi hijo ya estaba conmigo.

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